sábado, 19 de septiembre de 2009

LA PIEDRA MAGICA

Cuentan los abuelos que hace mucho tiempo, en las viejas y verdes montañas de Santander, en donde habitaba gente de mirada noble y aguerrida, que acariciban con sus manos toscas el fruto de la tierra, poseian un elemento que les proporcionaba una magia incalculable, su aspecto suave pero duro, como el alma de algunos seres que no se conmueven ante la belleza y dulzura del rostro de un niño; era un recurso que sin èl, el trabajo tan sencillo de partir una panela se convertiria en una actividad casi macabra o solo imaginesen partiendo una panela con los dientes o desmoronarla con las manos que aunque toscas no lograrian el objetivo.

Una mañana, Casilda se levanto como de costumbre cuando aún los animales y la verde pradera no despertaban, solo el bramido de las vacas se escuchaban sientiendo la presencia de aquellas figuras desgarbadas que se acercaban para cumplir la ardua jornada de desleche. Casilda con su aspecto rolliso con solo 1.45 de estatura, cabello canoso y trensado. Agil como si torbellino se moviera en aquella cocina rustica e imensa y llena de ollas y peroles ahumados y colgados de la viga del techo de paja y en que en alguna de ellas se encontraba la carne salada que serviria para el alimento de los peones que labraban la tierra. Estando tizando el fogón de leña y alumbrando aquel lugar con la luz tenue de una vela sintio a sus espaldas la presencia de alguien, que le dijo:

- Buenos dias, dulce dama de la pradera

Al voltear vio una figura de escasos treinta centimetros que expedia una luz replandeciente con rayos y como su educación lo exigia respondio con voz entre cortada por el susto:

-So pingo, ¿vuste de dònde salio?

Y este con mirada ausente le mostro en sus manos diminutas un objeto deforme que hasta ahora terminaba de moldear y se lo ofrecio placidamente y con solo su mirar le dio a entender que dicho objeto le proporcionaria dones especiales y fantasticos que le facilitarian preparar el bebediso, el cual atraeria cada mañana a su cocina a los peones y a sus seres amados.

Sin pronunciar palabra alguna este ser de extraña procedencia desaparecio, dejando en el ambiente el dulce olor de la panela recien partida.

Casilda, empezo a gritar:

- vustedes pingos, echen pa`ca - Gritando a los peones.

Ellos de inmediato a cudieron a sus gritos y ella les conto lo sucedido con aquel ser misterioso.

Desde entonces, en todas las cocinas existe ese elemento que facilita el trabajo de partir una panela. Ingrediente facilitador para despertar risas, alegrias, gritos, tristezas, decepsiones y amores; alrededor de una taza de agua de panela.